SATANÁS: EL DICTADOR

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“Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera”. Jn. 12:31
“No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí”. Jn.14:30
“… no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo”. 1 Ti. 3:6-7
“Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu”. Pro 16:18
“Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo [literalmente: «en el regazo de»] el maligno”. 1Jn. 5:19
Si yo le preguntara» ¿Cuál fue el peor pecado que cometió David?», seguramente me respondería «Cometer adulterio con Betsabé y hacer que mataran a su esposo en la batalla».
Ciertamente, los pecados de adulterio y asesinato (unidos al engaño) son graves, y no podemos tratarlos a la ligera. Pero David cometió otro pecado que incluso tuvo mayores consecuencias. Debido al adulterio de David, murieron cuatro personas: Urías; el niño que nació; Amnón y Absalón.
Pero debido al otro pecado de David, ¡murieron 70.000 personas! Cuando David confesó sus pecados de adulterio y de asesinato, dijo: «He pecado». Pero cuando confesó ese otro pecado, dijo: «He pecado gravemente».
¿Cuál fue el otro pecado de David?
¿Y qué papel jugó en él Satanás?
“Pero Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Israel. Y dijo David A Joab ya los príncipes del pueblo: Id, haced censo de Israel desde Beerseba hasta Dan, e informadme sobre el número de ellos para que yo lo sepa. Asimismo esto desagradó a Dios, e hirió a Israel. Entonces dijo David a Dios: He pecado gravemente al hacer esto; te ruego que quites la iniquidad de tu siervo, porque he hecho muy locamente. Así Jehová envió una peste en Israel, y murieron
de Israel setenta mil hombres. Y envió Jehová el ángel a Jerusalén para destruirla; pero cuando él estaba destruyendo, miró Jehová y se arrepintió de aquel mal, y dijo al ángel que destruía: Basta ya; detén tu mano. El ángel de Jehová estaba junto
a la era de Ornán jebuseo. Y alzando David sus ojos, vio al ángel de Jehová, que estaba entre el cielo y la tierra, con una espada desnuda en su mano, extendida contra Jerusalén. Entonces David y los ancianos se postraron sobre sus rostros,
cubiertos de cilicio. Y dijo David a Dios: ¿No soy yo el que hizo contar el pueblo? Yo mismo soy el que pequé, y ciertamente he hecho mal; pero estas ovejas, qué han hecho? Jehová Dios mío, sea ahora tu mano contra mí, y contra la casa de mi
padre, y no venga la peste sobre tu pueblo. y el ángel de Jehová ordenó a Gad que dijese a David que subiese y construyese un altar a Jehová en la era de Omán jebuseo. Entonces David subió, conforme a la palabra que Gad le había dicho en
nombre de Jehová”. 1 Cr. 21:1-2, 7-8,14-19.
El objetivo de Satanás: su voluntad.
La meta de Satanás siempre es llegar a la voluntad y dominarla.
Puede comenzar engañando a la mente, como hizo con Eva, o atacando el cuerpo, como en el caso de Job; pero, en última instancia, debe alcanzar la voluntad. Sin embargo, en el caso de David, Satanás eludió su mente y su cuerpo, concentrando su estrategia en un demoledor ataque sorpresa contra su voluntad, venciéndole así.
La mente de David no fue víctima de un engaño: cuando se rebeló contra Dios tenía los ojos bien abiertos. David tampoco estaba sufriendo, sino que, de hecho, su reino estaba en muy buena forma. Había logrado un buen número de importantes victorias y disfrutaba de un alto grado de popularidad y de éxito. Si David hubiera sido engañado, o se hubiese encontrado asaltado por el sufrimiento, podríamos tener cierto motivo para simpatizar con él, pero ese no fue el caso.
Jamás debemos subestimar la importancia de la voluntad en la vida cristiana.
Hay demasiados creyentes que tienen una religión intelectual que satisface la mente pero no transforma la vida. Son capaces de debatir lo que dice la Biblia e incluso discutir sobre ella, pero cuando entran en la esfera de la práctica, fracasan.
Otros cristianos tienen una religión emocional, que se compone de sentimientos cambiantes. A menos que se encuentren en un buen momento emocional, sienten que Dios les ha abandonado. Pero Dios quiere que todo nuestro ser interior esté entregado a Él: una mente inteligente, un corazón ferviente y una voluntad obediente.
Nuestra obediencia debería ser inteligente, y estar motivada por un corazón cálido y amoroso.
La vida cristiana es básicamente una cuestión de voluntad.
Hemos de amar al Señor con todo nuestro corazón (nuestras emociones), nuestra mente (el intelecto) y nuestras fuerzas (la voluntad). El Espíritu Santo desea enseñar a nuestra mente por medio de la Palabra, inspirar en el corazón emociones santas, y luego fortalecer la voluntad para que hagamos la voluntad de Dios. Un cristiano comprometido ora tanto si se siente con ganas como si no. Obedece a la Palabra de Dios independientemente de sus propios sentimientos. El creyente que depende de sus emociones se pasa la vida subiendo y bajando, como en una montaña rusa religiosa. Pero el creyente que se asienta en la base del «poder espiritual de la voluntad» lleva una vida cristiana coherente, y un ministerio firme, que no se ve amenazado por las circunstancias cambiantes o por los sentimientos. Su voluntad es importante porque ayuda a determinar su carácter. Las decisiones moldean el carácter, y son las que marcan la pauta en su vida. Puede que se sienta tentado a echar la culpa a las circunstancias, los sentimientos o incluso a otras personas; pero esto es una simple excusa. Lo que debe dirigir nuestra vida es la voluntad. Usted fue salvo al decir
«¡Esta es mi voluntad!», cuando respondió a la llamada de gracia divina en el bautismo; y crecerá y servirá a Dios diciendo «¡Hágase tu voluntad!»
Muchos cristianos creen que el amor cristiano es un sentimiento. No lo es: es una voluntad. Se nos ordena que nos amemos los unos a los otros, y Dios no puede dar órdenes a sus sentimientos. Pero tiene todo el derecho a ordenar a nuestra voluntad. El amor cristiano significa, sencillamente, que tratemos a los demás como Dios nos trata a nosotros, y esto implica a nuestra voluntad. Yo les confieso que hay creyentes a los que amo como cristiano, pero que no me gustan como personas, y no quisiera vivir con ellos o pasar dos semanas de vacaciones a su lado. Pero, con la ayuda del Espíritu, les trato del modo que Dios me trata a mí, y procuro demostrarles amor cristiano. Es una cuestión de voluntad.
El pecado original de Satanás también tuvo que ver con la voluntad. En Isaías 14:12-14 Satanás usa cinco veces verbos que indican voluntad, en tiempo futuro. Y ahora intenta duplicar ese pecado en nuestra vida, y lo conseguirá si no tenemos cuidado.
Satanás es «el príncipe de este mundo», y usted y yo somos extranjeros rebeldes que vivimos en su territorio. Dado que somos ciudadanos del cielo, obedecemos las leyes celestiales y nos sometemos a un Señor celestial. Satanás desea que le adoremos y sirvamos, quiere que nuestra voluntad esté sometida a la suya.